Mixa

Volví a aquel mismo lugar cuando comencé de nuevo a tener hambre. Lo recordaba de antes, creo que de siempre, y aquel extraño hormigueo donde suponía que estaría mi estomago me lo trajo una vez más a la memoria. Era un paraíso para el paladar, una fiesta de sabores, una enorme y generosa barra libre para pobres vagabundas como yo. De hecho, observé con cierto disgusto que a aquellas alturas ya se había corrido la voz, y no era yo la única que se daba con placer el festín del atracón dulce y gratuito en la explanada resbaladiza, achicharrada por el implacable sol del mediodía.

Me encontraba completamente entregada al placer de disfrutar de los sabores que el mundo me regalaba, y lo hacía, como siempre, con todo el cuerpo, como mi naturaleza me permitía y mi instinto me obligaba. El poderoso reflejo de los rayos de sol sobre la superficie brillante y uniforme me obligaba a parar cada poco para frotarme los enormes ojos, en un constante esfuerzo por evitar que se secasen en exceso, y ese era el único momento en que me distraía de mi afán degustativo.

Tan abstraída estaba que no vi aquella sombra de extraña forma que se volvía cada vez más y más grande mientras se aproximaba a gran velocidad desde lo alto sobre mí, sobre todas nosotras. En realidad, sólo fui consciente del peligro que podría significar cuando, una milésima de segundo antes de que fuera demasiado tarde, mi mente procesó la información que le habían enviado a gritos todos mis sentidos: las demás se habían ido de pronto en desbandada, el sol se había nublado de repente, sentía frío, un extraño ruido rasgaba el aire anunciando que algo se cernía sobre mí... una rápida mirada bastó para comprender el resto. Pero era tarde. Intenté aprovechar el poco tiempo que tenía, pero una milésima de segundo no fue suficiente para completar el salto hacia atrás que significaba la salvación. Enseguida me vi patas arriba, tras el impacto terrible, y sentí que en aquel momento terminaba mi vida, que no hubiera sido larga de todas formas pero que nunca hubiese pensado que acabaría así.

En aquel momento recordé a mi madre. Ella nunca se había ocupado de mí, pero antes de abandonarme a mi suerte siendo tan pequeñita me había advertido de aquel peligro. "Los humanos son nuestra mayor causa de muerte, Mixa, nunca comas despreocupadamente en su terreno, nunca te dejes atrapar por la dulce suciedad que siembran a su alrededor. Una mosca debe ser más inteligente que todo eso".

Comentarios

Gemma ha dicho que…
Has logrado con tu relato que sienta compasión por las moscas.

;-)

Un abrazo
Freia ha dicho que…
¿Cómo pueden sentir hormigueo las moscas?
Un abrazo

Entradas populares