Lorena

Menudo empacho tengo..... creo que no vuelvo a comer carne en mi vida, tengo que considerar seriamente hacerme vegetariana, o acabaré odiando profundamente el acto de comer.

Antes me encantaba la caza. Me estimulaba, me divertía, me hacía sentirme viva. Todos los fines de semana me preparaba a conciencia para salir al monte. En un proceso lento y minucioso, casi ritual, repasaba todos y cada uno de mis instrumentos para conseguir atraer y atrapar a las presas elegidas, y disfrutaba cada vez poniendo en práctica nuevos sistemas, nuevas e ingeniosas trampas, demostrando mis habilidades para elegir una pieza y saber en cada caso qué modo era el más adecuado de hacerla llegar a mi mesa.
No se me daba mal. Aunque, evidentemente, no era infalible, las ocasiones en que una presa se me escapaba, despreocupada y libre por entre los árboles del bosque, no me deprimían ni un ápice, porque me servían para aprender de mis errores e ir perfeccionando mi arte para la próxima vez.
Y disfrutaba del festín que seguía al estimulante ejercicio de hacerse con la presa.
Todo formaba parte de la misma diversión.

Pero de un tiempo a esta parte, y sin yo saber por qué, las cosas han cambiado sensiblemente.
No sé si he aprendido demasiado, y ya nada me motiva en esta actividad, o si han cambiado las presas, que ahora corren en manada delante de mí, mostrando descaradamente sus deseos de ser atrapadas. No sé qué es lo que ha sucedido, pero de pronto me siento como si todos los días acudiera a disparar en el pin-pan-pum de una feria... y de tan repetitivo que es el juego, y de tan fácil que es ganarlo, ha perdido por completo el gusto y el interés que antes tenía para mi.

Si pudiera encontrar de nuevo un animal de aquellos, salvaje, libre, huidizo, pero valiente y noble, para poder sentir de nuevo correr la sangre por mis venas...

Ya ni siquiera tengo apetito. Creo que he comido demasiado. Ahora sólo salgo al monte a pasear, y si me encuentro de bruces con alguno de esos animales de feria, pidiéndome a gritos un disparo certero, me desvío inmediatamente, no vaya a ser que, como me ha sucedido otras veces, acabe por cazarlo con la indolencia de la lástima para después comerlo con la desgana triste que supone convertir el placer en una absurda obligación autoimpuesta.

Quizá si un día, para variar, me volviese yo una posible pieza de caza al encontrarme de frente con un cazador hábil, ingenioso y motivado..... Pero no, olvídate de eso, Lorena, ¿dónde has visto tú a un hombre capaz de algo así?