Tomás

No me gusta que me prejuzguen. Es algo que me saca de quicio... ¿por qué la gente tiene que tener esa dichosa manía de sacar conclusiones sobre uno tan solo a partir del conocimiento de un pequeño dato? A mí me ha pasado mucho, mucho.

Hace unos años que dejé de ser un niño y poco a poco comencé a crearme un estilo propio en el vestir. No lo hice por moda, lo aseguro, lo hice por gusto y por satisfacer así una necesidad creciente de expresar algo, quizá mi postura frente al mundo. Me dejé crecer el pelo, y cuando tuve una buena melena, le pedí al peluquero que me rapase los lados de la cabeza, justo encima y detrás de las orejas. Me gusta llevarlo suelto, aunque por comodidad muchas veces me ato una coleta tirante y baja, en el cogote, como me enseñó una buena amiga.
Me hice mi primer tatuaje a los 18, como homenaje a esa edad en la que, según te van diciendo tus padres los años anteriores, parece que de repente todo está permitido y uno va a ser capaz absolutamente de todo. Era una serpiente y unos adornos tribales que me ocupaban media espalda y el hombro derecho. A mi madre casi le da un síncope, y sigue sin gustarle nada que por el verano me ponga camisetas sin mangas para enseñarlo.
Luego llegaron los piercings, poco a poco, como un goteo. Casi parecía que me había enganchado a ellos: uno en la lengua, dos en cada oreja, uno en la ceja, en la nariz, en la muñeca, en un pezón... con este último, con lo que me dolió, ya pude decidir que no me iba a atrever nunca con el rey de los reyes de los piercings, ese que sólo tu chica vería, pero que constituiría la prueba irrefutable de la hombría que se te supone sólo por comprobar que pudiste soportar tal tortura.

Con esta pinta que tanto dinero, esfuerzo, y sufrimientos me ha costado construir, me he encontrado de frente con todos los prejuicios que pueden existir, llegando a crearme problemas con todo tipo de gente: los padres de mis novias, los profesores de mi facultad, los empresarios que pudiesen barajar mi contratación... incluso las señoras agarran más fuerte su bolso cuando pasan a mi lado, y hay vecinos que todavía apuran el paso sin decirme ni hola cuando me los cruzo en el portal.

Ninguno de ellos se ha parado a descubrir cómo soy. A ninguno le ha interesado lo más mínimo lo que hay debajo de mi aspecto. Y yo sigo siendo el mismo, un chico tímido, un pelín introvertido, con un tremendo complejo de ignorante y mete-patas. Me sigo emocionando con algunas canciones, me gusta mucho ir al teatro, tener cerca a mis amigos, escribir algo en mis ratos libres que nunca acabo por atreverme a enseñar, abrazar a mi madre por sorpresa mientras cocina, y necesito como el comer sentir de vez en cuando el cariño de la gente a la que quiero.

Pero a ellos todo esto no les importa, y yo les desprecio por ello. Al principio me dolía, pero poco a poco ese dolor fue transformándose en enfado y acabó siendo rebeldía. Ahora disfruto sacándoles la lengua a las viejas, que huyen asustadas, y fijando la mirada descaradamente, incluso provocando, a los señores que me miran por el rabillo del ojo en el autobús.
No hace mucho me despaché a gusto en una entrevista de trabajo, de donde salí llamándole al pintas aquel todo lo que se me ocurrió en su asombrada cara de estreñido crónico.

No es justo juzgar a alguien sólo por su aspecto.
Si pudiera haría un montón de panfletos con esta frase escrita, bien grande y en negrita, e iría repartiéndolos por la calle a todas esas personas que parece que aún no se han enterado. Se lo daría al señor ese de traje caro, empresario ricachón y trepa que sólo se preocupa de seguir aumentando su panza a base de comilonas en sitios caros. Y a la señorona envuelta en sus pieles que se cree que solo ella irá al cielo por pedir un día al año el dinero de los demás con la hucha del Domund en la mano, a modo de arma intimidatoria. Y a la niña pija esa, cabeza hueca y futura mujer florero, cuya mayor aspiración es pillar un marido rico y ponerse la tetas más grandes que su amiga pija del chalet de al lado. Y al niñato del traje barato que se cree muy importante por haber conseguido su primer curro después del máster en el extranjero y que en el fondo solo trata de disimular que se pasa los días llevándole el café a su jefe y lamiendo sus sagradas posaderas. Y al obrerote ese de aspecto desaliñado que murmura lo que sería de mí si yo fuese su hijo, el mismo que seguro que se gasta la pasta que no tiene en la máquina del bar, mientras su mujer espera en casa con los niños a que él llegue a pegarle dos gritos porque se han acabado las cervezas. Y al curita, qué te voy a decir, ese que se cree muy santo y que considera que tiene reservado un asiento con su nombre junto a su dios, y que en el fondo sabe que si en realidad existiese le mandaría arder eternamente en el infierno por las miradas lascivas que se dedica a sofocar cuando mira a sus feligreses.

Que se lo aprendan todos, no es justo juzgar a alguien sólo por su aspecto.

Comentarios

Gemma ha dicho que…
Iguala con tu vida el pensamiento, podríamos decirle a nuestro Tomás...
Ulrika ha dicho que…
Los seres humanos somos contradictorios. Exigimos a los demás lo que no estamos dispuestos a dar, nos negamos a reconocer que somos prejuiciosos, juzgamos sin conocer, nos guiamos por primeras impresiones. Creo que lo hacemos todos y muchas veces sin darnos cuenta. Lo difícil es eso, ser conscientes de nuestros propios prejuicios e intentar superarlos. Pero a veces es muy complicado, al fin y al cabo sólo somos seres humanos.

Un beso.
frilanser ha dicho que…
Me siento muy identificado. No veo por qué la gente tiene que sacar conclusiones cuando ve mi casco. Ni cuando oye lo cutre de mi nombre.

Yo no, ulrika, yo soy coherente. Exijo que me invites a ir de tapas y a unas cañas cuando pase por Madriz, pero yo también estaría dispuesto hacerlo. Si yo fuera ulrika y tú frilanser y vinieras por Madriz, claro.

En cualquier caso, a ver quién no se imagina a leg de aquí para allá con un altavoz en la mano...
Ulrika ha dicho que…
¡Que yo vivo en Suecia, hombre!

;-)
Rocío Rico ha dicho que…
¿de aquí para allá con un altavoz en la mano?

¿¿??
frilanser ha dicho que…
Vale, pues Stockholm, pero el argumento vale.

Sí, mujer, como en la foto. Es una prueba de lo que influye la apariencia.
Rocío Rico ha dicho que…
¡Ah!, ¡sí!, es, como en el caso de tu casco, para expresar un estado de ánimo, un sentimiento, una idea, una postura ante el mundo.... ¿ves? igual que Tomás.

La apariencia es importantísima, es algo que algún día aprenderá Tomás. Y también, con suerte, lo que dicen Mega y Ulrika, que hay que intentar ser coherentes con lo que se pide y lo que se da.
Freia ha dicho que…
A Tomás no le falta razón. Desde que me he hecho el lifting me dicen piropos y todo.
Tiene razón Mega: él prejuzga a los demás tanto como lo prejuzgan a él. Pero es algo que nos pasa todos los días a todos. Prejuzgamos continuamente. Nos cruzamos con mucha gente a lo largo del día y casi de cada uno, sacamos una impresión, consciente o inconscientemente, como dice Ulrika. Lo mismo hacen con nosotros.
Sí que parece cierto es que la frecuencia y el desatino del prejuicio suelen ser mayores cuánto más se aleje la apariencia exterior de lo "correcto" y previsible.
Lo lleva crudo tu Tomás.
frilanser ha dicho que…
No, no, no, yo no transmito ninguna postura con mi casco, demasiada importancia me das tú. Simplemente no pude evitarlo. Anakin se transforma en Darth Vader y ya está.

Es difícil, freia, pero si al menos tienes conciencia de cuándo puedes estar prejuzgando, aunque sea complicado quitarte la idea de encima, al menos puedes intentar no ser injusto.

A mí me prejuzgan mucho por las primeras cosas que digo cuando abro la boca. Y caigo mal. Supongo que a veces la gente no va tan errada.
Rocío Rico ha dicho que…
No sé si será sólo complicado, o incluso imposible... ¿conocéis a alguien que de veras no prejuzgue?

Eso sí, como en todo, si uno conoce su error, lo admite, y lo trata de minimizar... la cosa cambia mucho, creo yo.

Eso es lo que no hace Tomás. Pero si algún día cae en la cuenta, ya no lo tendrá tan crudo.

A todos nos prejuzgan, Frilanser, y nunca van tan errados porque al fin y al cabo están viendo una parte de nosotros, muy pequeña e insuficiente para formarse una opinión, pero es nuestra al fin y al cabo.

A mí siempre me hizo mucha gracia saber lo que la gente piensa de mí a priori... y tampoco suele ser del todo bueno, jejeje...

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