Xurde

Me desperté por el dolor agudo de un pinchazo en el estómago. Era como un sable largo, frío y muy afilado que se me clavase de pronto justo sobre el ombligo y luego fuese saliendo muy lentamente, casi como si me hubiera engañado y en realidad aquel dolor pausado y sutil no fuera a tener fin.
Intenté llevarme una mano a la zona del dolor, en ese gesto instintivo e inútil que suele suceder a una sensación como aquella, pero un pinchazo menor me atenazaba la muñeca al intentar moverla, así que acabé desistiendo.
Seguía con los ojos cerrados, y empecé a intentar abrirlos, poco a poco, sintiendo un desagradable escozor, como si hubieran estado horas resecos y a los párpados les costase un gran esfuerzo volver a humedecerlos. La luz que empezó a resplandecer delante de mí era demasiado fuerte y también me dolía.
Justo en ese momento empecé a ser consciente de que otros múltiples y muy variados dolores también me acompañaban ese día, la cabeza me latía con un pulso lento y sonoro como si algo me fuese a estallar dentro, tenía la boca pastosa y la garganta reseca, y, como mal menor, se me había dormido profundamente la pierna derecha y estaba ahora en ese momento increíblemente molesto del despertar.
Cuando por fin pude enfocar algo, lo recordé. Vi mi mano inmóvil a causa del tubo enroscado lleno de un líquido transparente que caía gota a gota de un recipiente colgado del revés en un soporte metálico. Vi las paredes blancas y vacías, la cama pequeña y desnuda, el televisor en un soporte en la pared, las sábanas ásperas con la inscripción del hospital... y te vi a ti, sentada a mi lado, mirándome con esos ojos enormes y humedecidos, sonriendo tristemente, como si gritaras en silencio toda la angustia que habías pasado por mi.
Quise hablarte, pero poner en marcha tantos músculos de mi cuerpo se me hizo de pronto una misión imposible. El pulso de la cabeza aumentó en velocidad e intensidad, el aire se me agolpó sin orden en los pulmones y por la boca sólo me salió un extraño gruñido seguido de una tos que volvió a hundir el frío e implacable sable directamente en mi estómago, justo encima del ombligo.
Decidí rendirme, no era el momento, e intenté volver a dormir, a ver si así conseguía distraer tanto sufrimiento, tanto dolor, tantas sensaciones desagradables que conseguían doblegarme el ánimo y las ganas de todo.
Cerré los ojos, sonriéndote lo que pude para demostrarte que estaba bien, que quería dormir pero que todo iría bien. Poco a poco lo fui consiguiendo, y volví a caer en ese sopor anestésico tan parecido al sueño, pero a la vez tan diferente, perdiéndote definitivamente de vista una vez más.

Un ruido, como un portazo, me despertó. Me había quedado dormido un instante, quizá dos, en ese frío sillón junto a la cama. No me dolía nada, mi cuerpo respondía perfectamente, como siempre, pero me di cuenta entonces de lo que me había pasado. Paradójicamente, mi pesadilla empezaba justo en ese momento. Justo en el momento en que había despertado y me había vuelto a golpear la cruel realidad gritándome a la cara que yo estoy aquí observándote con los ojos humedecidos y eres tú (y no yo) la que postra su cuerpo malherido en esa cama de hospital.


Comentarios

Gemma ha dicho que…
Buen giro.

(Esta vez te ha salido un relato empático de verdad.) ;-)
Rocío Rico ha dicho que…
Sí ¿eh? ... por partida doble, no os quejaréis... por falta de empatía no va a ser.
;-)

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