Adrián

Sucedió el viernes, y la verdad es que pocas veces he pasado tanto miedo.
Era de noche, no sé cuánto tiempo llevaba durmiendo, pero escuché de pronto un ruido extraño y, aunque me pareció lejano, fue suficiente para sobresaltarme y hacerme despertar por completo. Tenía un poco de frío, porque había dormido agitado y las mantas habían acabado arrebujadas en un extremo del colchón. Me incorporé aún medio adormilado y miré a mi alrededor, y fue entonces cuando me di cuenta de que algo no iba como debería: no conseguía saber dónde estaba.
La habitación estaba apenas iluminada por una tenue luz anaranjada, y los muebles que podía vislumbrar gracias a ella me resultaban completamente desconocidos. No estaban mis cosas, no podía ver mi armario, ni mi cómoda alta con sus cajones asimétricos, ni eran aquellas mis cortinas, ni mis cuadros... ni siquiera la puerta y la ventana estaban colocadas en el mismo lugar de siempre.
Por la ranura que quedaba debajo de la puerta entraba un haz de luz extraña, como azulada, y oía pasos que acompañaban las sombras que se deslizaban hacia un lado y otro. También se oían murmullos y gente reprimiendo risas, pero sus voces me resultaban desconocidas. ¿Quién era esa gente? y, sobre todo, ¿dónde estaba yo?
Traté de sobreponerme pensando que quizá formase todo parte de mi sueño, quizá no me hubiese despertado aún del todo y me encontraba en algún lugar entre los sueños y la realidad. Tomando aire lentamente para recobrar la tranquilidad, hice un esfuerzo por recordar qué había hecho antes de acostarme... Recordaba haber salido después de cenar, y haber estado en un par de bares y en una terraza muy agradable, disfrutando de la brisa cálida del anochecer junto a la playa. Recordaba también que el ambiente había sido muy alegre, aún podía oír nuestras risas, sentir nuestro buen humor. Lo pasamos bien.
Pero ahí se acababan mis recuerdos. Por más que lo intenté no conseguí ni una sola imagen que me indicara qué lugar era aquel y cómo había acabado yo allí. Y volví a ponerme nervioso. Como no sabía dónde estaba la luz y temía tropezarme si intentaba salir de la habitación por mis medios, intenté pedir ayuda a esas voces que oía. Quizás alguien conocido estuviera allí detrás y me explicase qué había pasado. Pero no fui capaz de hablar. Ni una sola palabra surgía de mi boca, y allí, sólo, angustiado, sin saber dónde estaba y sin poder comunicarme con nadie, me sentí tremendamente derrotado... y me puse a llorar.
Quizá lloré con mucho sentimiento, tal era mi angustia y el miedo que estaba pasando, porque al poco unos pasos se detuvieron frente a la puerta y el haz de luz creció cuando se abrió lentamente, iluminando toda la habitación de azul. Una silueta familiar se acercó a mí... esa voz.... al fin una gran calma me invadió, recostado en esos brazos fuertes y seguros. Brazos conocidos. Brazos queridos. Respirando su suave olor a hogar, me volví a dormir poco a poco, mientras pensaba que en cuanto aprendiera a hablar le explicaría a mamá que, aunque sea tan solo un bebé, estos sustos no se le dan a nadie.
A nadie.

Comentarios

Gemma ha dicho que…
Bien resuelto, Leg. Además, el motivo que tratas es real como la vida misma.

A mí, más de una vez me ha ocurrido sentir esa sensación de no saber dónde estás. Y también esa otra de no poder hablar... ¡Una pesadilla!
Rocío Rico ha dicho que…
Creo que los bebés son dignos de admiración... se enfrentan a un mundo totalmente desconocido partiendo del cero absoluto, y lo hacen con tanto valor y tanta alegría.... Los adultos nos arrugamos por muchísimo menos.

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