Laura y Antonio

Ella inclina la cabeza sobre el libro y deja volar su mente más lejos de lo que nadie ha podido llegar.
Escoge siempre ese sitio porque desde allí se pueden oír los pájaros de la tienda de la esquina, en la calle peatonal, y es la única ventana lo suficientemente alta como para mostrar solamente las frondosas copas de los árboles plantados hace ya tantos años entre las farolas de metal. Así puede imaginar que está en otro lugar, o en otro tiempo, o ambas a la vez. Sólo así puede escapar de la tiranía de los libros y marcharse libremente de vacaciones (o para siempre...), sin equipaje y sin pasaporte, y ser realmente feliz.

Él se lleva una mano a su maltrecho cuello, dolorido ya de mantener esa incómoda postura y suspira sin querer.
Escoge siempre ese sitio porque desde allí puede verla en la distancia, siempre tan concentrada en la lectura, y fijarse cada día en ella para descubrir, siempre, no falla, un nuevo detalle que le haga quererla aún más. Hoy, que ha venido con el pelo recogido en una cola de caballo, ha sido la piel limpia y suave de detrás de la oreja... ¿se agitaría en un escalofrío si sintiera su mano acariciarla o su aliento la tocara al susurrarle al oído?

Es verano allá afuera y en el silencio de la vieja biblioteca todos estudian.

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