Norma

Que no le había contado al viento los secretos que a mí me dijo un día, esparciendo susurros con lágrimas y besos por el colchón, bajo la luz rayada de la colcha de la abuela Monse. Por eso me sentí único y especial, y desde ese día le preparaba el desayuno cada amanecer, con un trocito de mi corazón, rojo, brillante y vivo, adornando la bandeja, junto al zumo y las magadalenas. Por eso la esperaba cada tarde al volver la esquina, conteniendo el aliento como si pensase que podría no aparecer un día y dejarme allí plantado, petrificado, reseco y vacío, roto por fin en mil pedazos. Por eso sigo irremediablemente enganchado a la droga de mirarla en silencio mientras duerme, muy quieto, arrebatado, enamorado, poseído por una suerte de Stendhal mientras observo atentamente cosas como la suave línea de su cuello o la pequeña "o" que se forma entre sus labios.
Que no te lo había dicho antes, por miedo a ver un destello de frío en tus ojos, pero... no te vayas.

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