Martín

Muchas noches había yo pasado columpiándome en la resbaladiza curva que se formaba bajo su espalda, cobijada por una constelación de lunares, protegida por unos brazos amorosos y abruptos como troncos de baobab.
Muchos días había sufrido sus silencios, sus jodidas ausencias, sus cantos de sirena navegando sobre mares de sábanas frías y maldita soledad.
Muchos días, muchas noches y muchas lágrimas después, me pidió que no me fuese, y tras hacer mil cálculos imposibles y dibujar mil líneas sobre el mapa de sus manos, le respondí en un susurro que ya era tarde, que ya estábamos a 70.523 kilómetros del último beso de despedida que me supo a algo en su portal.

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