Rober

Mientras la miro sonreír, con la melena alborotada y los ojos llenos de estrellas, siento cómo se agolpan de pronto en la garganta todas las palabras que no he dicho, y se vuelven tan necesarias, tan urgentes, que esta vez sé que conseguirán traspasar, por fin, el muro de lo simplemente soñado para llegar a su destino.
Ella calla, se mete las manos en los bolsillos del vaquero, y espera, paciente, sosteniéndome franca la mirada.
Creo que no puedo más.

-Laura... tengo que decirte algo. Te quiero. Ya está, ya lo he dicho. Te quise desde el primer momento en que te vi, desde el mismo instante que cruzaste aquella puerta, sonriendo como ahora, mirándome a los ojos y haciendo de repente la vida mucho más sencilla. No te lo había dicho antes porque no había encontrado el valor para hacerlo, porque pienso que quizá no quieras oírlo, porque sé que te complicará la vida. Pero ya no puedo más. Sabes que no suelo hablar de mis sentimientos, que me da demasiado pudor, que nunca lo considero apropiado, pero esto tenía que sacarlo fuera o si no, por muy bonito que pueda ser el amor, me acabaría por destrozar las entrañas.

Ella hizo un pequeño gesto levantando las cejas sin ojos de asombro y subiendo ligeramente los hombros en lo que parecía ser cierta impaciencia.

-Sí, es así, callarlo me llegaba a doler mucho más que escuchar un rechazo de tus labios. Ningún desprecio que me hicieras resquemaría tanto como el frenético grito de mi corazón cada vez que te ve, te recuerda o te sueña. Si tú estás aquí, consigo respirar tranquilo, y veo la vida realmente de otro color. Hasta el más mínimo poro de tu piel despierta mis deseos. Estás presente en todos y cada uno de los segundos de mi infeliz existencia, y, me digas lo que me digas ahora, quiero que sepas que creo de verdad que toda mi vida tiene sentido sólo para haber vivido este momento.

Había bajado la mirada, mientras dibujaba pequeños círculos con la punta del playero sobre la gravilla. Sólo cuando acabé de desnudarme ante ella levantó los ojos, los posó en los míos, y dijo suavemente:

-¿Es que no vas a decir nada?

Sombrío, me encogí de hombros.
Claro que no diría nada. Como siempre.

Me sonrió de nuevo, ahora con un gesto un tanto triste, se dio media vuelta, y se alejó caminando lentamente. Pero esta vez para siempre.

Comentarios

Freia ha dicho que…
Hermoso y triste el relato. ¡Cuántas veces no habremos dejado pasar la oportunidad por no haber sido capaces de hablar...!
Un abrazo Leg
Gemma ha dicho que…
A veces el silencio puede ser muy elocuente, ¿no lo crees tú así?

A mí me parece que ella sabe cuáles son los sentimientos de Rober. Que actúa, en definitiva, con crueldad, si no con cierta malicia.

Aunque, vete a saber, igual Laura no se ha enterado de nada...

Un abrazo
Rocío Rico ha dicho que…
Yo creo que el verdadero problema de ella, Mega, puede ser eso que nos pasa tantas veces de que cuando vives algo no te das cuenta de esas cosas (o no te la quieres dar), intuyes, crees, piensas... pero sólo es después, con la distancia que te da el paso del tiempo, cuando te das verdaderamente cuenta de los mil y un detalles que te estaban diciendo a gritos una cosa que no acababas de ver.

Freia, gracias. ¿Te acuerdas de aquello que te conté? ... Solucionado ;-)

Dieguku, diciendo lo que iba a decir Rober ¿cómo podría ser frío el momento? ... Sería incómodo si ella no le correspondía, pero frío...
Lo importante no es el dónde ni el cómo, sino el qué. Y lo que significa para nosotros es lo que le da la magia al momento, sea lo raro, forzado, o apresurado que sea.

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