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En la casa todo eran sombras y los ecos del día aún resonaban en las esquinas. Entré silencioso en la habitación y me deslicé con cuidado entre las sábanas para abrazarme como un niño asustado a los huecos de su piel. Un haz de luz de neón recorría su cuerpo como una carretera secundaria con destino a su pelo. Sin querer abrí la boca y de ella salió lo inevitable.
- Te quiero. Te quiero muchísimo.
Ella no se movió siquiera.
- Lo sé - susurró.
Y yo me sentí tranquilo al fin.
Justo eso era lo que quería.
Que lo supiera.

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