Gonzalo

Gonzalo remueve nerviosamente el café. A su alrededor, la sala permanece casi oscura y muy silenciosa, como siempre sucede a esa hora en que él suele sentarse a merendar. Todavía después de tantos años sigue sintiéndose un poco ridículo en ese ritual diario que siempre acaba por atribuir a niños y ancianos más que a gente de su edad, pero es una costumbre adquirida ya en el internado y tan reforzada por el ejercicio en el paso de los años que hoy le sería imposible de eliminar.

Está tratando de no pensar en la visita de Margarita, pero en la segunda magdalena se tiene que rendir. Siempre que viene a verle le hace sentirse turbado el resto del día, le desconcentra de sus labores, le obliga a acostarse esa noche con una sombra de irremediable culpa que, por suerte, amanece ya muy mitigada a la mañana siguiente.
Y es que Margarita es una mujer muy guapa. Sus facciones son dulces y su cuerpo mantiene la frescura de la juventud añadida al precioso recuerdo de la maternidad. Y es una mujer buena. Aunque Gonzalo cree que lo que realmente le turba de sus visitas, es que nota claramente cómo entre Margarita y él existe una clara corriente eléctrica que lucha por unirles en cuerpo y alma. Tienen química, y física, se atrevería a añadir él.
Pero Gonzalo no puede, no debe, olvidar nunca que ninguno de los dos es libre para dar rienda suelta a sus instintos. La vida les ha llevado a donde están ahora, y eso es algo que no pueden, no deben, obviar. Ambos deben un respeto a otras personas, y es por ellos que deben callar lo que sienten y procurar mantenerlo bien sujeto y amordazado, ya que no pueden evitar sentirlo.

Gonzalo piensa en llamar a su amigo Miguel. Esta misma tarde, en cuanto termine su trabajo del día, intentará quedar para tomar una caña con él, y eso será, en gran parte, su salvación para el resto del día. Menos mal que tiene un amigo como él. Son amigos desde la infancia, y aunque sus vidas han seguido caminos tan diferentes, ellos han seguido siendo siempre en contacto, y dispuestos en cualquier momento a ayudarse mutuamente en cualquier dificultad que les traía la vida. Como cuando Miguel había tenido aquella crisis con su mujer, superada ya felizmente hace un par de años, o como cuando Gonzalo tenía, de forma cíclica, casi instituídos ya como tradición, los problemas de siempre con sus jefes.
Qué difícil es convivir, piensa Gonzalo. Con unos por atracción, con otros por repulsión... Parecía difícil encontrar el término medio adecuado.

Más tranquilo sólo con la expectativa de la conversación apaciguadora con su amigo Miguel, Gonzalo termina su consabida merienda diaria, y se dispone, después de recoger lentamente la mesa, como en un pequeño ritual profano, a lavarse las manos para dirigirse a la sacristía. Por esta tarde ya sólo quedan dos misas y un turno de confesión.
Después, conversación con Miguel.

Comentarios

Scout Finch ha dicho que…
¡Qué tierno! Y a la vez que penoso. Y también qué admirable que alguien respete los votos que hizo en su momento y sacrifique su disfrute personal por mantener el compromiso adquirido.

Precioso, de verdad.
Rocío Rico ha dicho que…
Bueno, lo que quería era sobre todo normalizar la situación.

Si tú eres fiel a tu pareja, Scout, (evidentemente, esto no es una pregunta) tienes exactamente lo mismo de admirable que Gonzalo, por ejemplo.

Es una elección personal, una cuestión de principios, y una parte importantísima de nuestra libertad como individuos es tener la posibilidad de no hacerlo. De elegir lo que sea.

Es un cura... ¿y qué? También es una persona, y, que yo sepa, todos lo somos.

Margarita también respeta los votos que le hizo a su marido en su momento, y también sacrifica un disfrute personal por mantener el compromiso adquirido.

¿no?
Scout Finch ha dicho que…
Sí, tienes razón, pero me parece muy loable que alguien que sólo disfruta emocionalmente de su compromiso, en este caso con dios, con su dios, se mantenga firme en sus convicciones. Al fin y al cabo yo "saco" algo de mi relación, tanto a nivel emocional como físico: amor, comprensión, apoyo, abrazos, besos, sexo... Los curas y las monjas no tienen eso de una pareja.

Me parece loable porque me parece extraordinario. Y muy duro también. No creo que yo fuese capaz de mantener esos votos.

Claro, que otros que no son religiosos tampoco son capaces de mantener los suyos...
Dardo ha dicho que…
Me ha dejado sorprendido el descubrimiento de que nuestro Gonzalo tenía los tres votos. Y, por supuesto, es antes que nada un hombre con sus pasiones y tentaciones. Eso está claro.

El adornar el tema con una sotána le agrega un plus a modo de efecto especial. ¡Pero qué "odiosa" e "insufrible" que eres (ja,ja)!.
Rocío Rico ha dicho que…
Scout, créeme que todo el mundo (y los curas y las monjas no son una excepción) "saca algo" de las cosas que hace. Es una condición del ser humano, no hacemos nada que no nos suponga unas consecuencias deseadas.

La diferencia está, simplemente, en qué es lo que deseamos obtener cada uno. Qué es lo que nos hace sentir bien.

Dardo... como siempre... gracias ;-)
Freia ha dicho que…
Todos buscamos "sacar" algo de lo que hacemos, pero no siempre las consecuencias son las deseadas ¿no?
Yo también creo, como Scout, que quizá el compromiso con Dios, con su dios, exige un esfuerzo extra, quizá por la dureza de los propios votos. Nunca he llegado a entender muy bien esa obligatoriedad del sacrificio, como si sólo lo que hacen con sacrificio fuera válido a los ojos de Dios.
Siempre he tenido la sensación de que para los religiosos la soledad era más dura y peor llevadera. A lo mejor es un tópico.

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