Carlos (y III...)

Paula llegó un poco más tarde que otros días, porque hoy había aprovechado el trasnoche para desayunar con una amiga que acababa de llegar de tierras lejanas.
Como de costumbre, entró silenciosamente en el recibidor y dejó con mucho cuidado las llaves en el platito, esforzándose para no hacer ruido. Aún así, se asombró de comprobar que Carlos seguía dormido. No era sólo el silencio que reinaba en la casa, ni el hecho de que la persiana del salón estuviese todavía bajada, ni tan siquiera comprobar que sus llaves no faltaban de su sitio... era algo más, una extraña quietud le decía que la casa no estaba vacía, algo que flotaba por toda la estancia ponía en evidencia su presencia, aunque no le viese.
Miró el reloj, quizá el primer día del turno de noche la había despistado y era más pronto de lo que pensaba. Pero no. Eran las 11. Y era rarísimo que Carlos aún no estuviese en pie.

Se quitó los zapatos para no hacer ruido sobre la tarima del pasillo y se dirigió despacito hacia el dormitorio.
Puede ser que hubiese pasado una mala noche. Llevaba un tiempo un tanto triste, muy preocupado desde aquella visita al médico. Ella lo sabía aunque él se había esforzado mucho en disimularlo, sus alegres ojos azules se habían oscurecido desde entonces, cubiertos por un velo delator, y su voz era ahora más suave y pausada, menos cantarina.
Y aquellos silencios...

Pasó por delante de la puerta de la cocina, y observó que todo estaba recogido, nada había fuera de su sitio... qué raro ¿acaso él no había cenado?
Pensando si debía reñirle despreocupadamente por su dejadez o mostrarle su lado más maternal consolándole como si fuera un niño que se despierta asustado por una pesadilla, abrió muy despacio la puerta de la habitación.

Carlos estaba tumbado sobre la cama sin deshacer, vestido, ni tan siquiera se había quitado los zapatos, tenía el pelo húmedo de sudor y la almohada medio caída entre la pared y el colchón. Debía estar profundamente dormido en un sueño sin sueños, porque no se le oía respirar, no se movía, no roncaba como siempre solía hacer.
Paula se acercó a la cama, conmovida. Realmente parece un niño, pensó. Sin querer despertarle le acarició la frente, y susurró "todo pasará, no estás solo".
Carlos tenía una mano extendida fuera de la cama. De ella había caído un papel que ahora ella recogió del suelo. Leyó la última línea "te quiere mucho, mucho, tu tía Suni".

Junto a la cama, en el fondo de la papelera, había una bolsa arrugada de la farmacia. Y un bote de pastillas. Con el precinto intacto.

Comentarios

Freia ha dicho que…
Yo me alegro de que hayas decidido que viva.
Scout Finch ha dicho que…
Jo, qué mala eres, nos has tenido en vilo hasta el final. Se me han puesto los pelillos de punta.

(Me ha encantado, ha sido precioso, de verdad)

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