B.S.O.: Una de dos
Fue en ese cine ¿te acuerdas? en una mañana "Al este del edén", tu novio miraba hacia otro lado y yo, en un rapto de locura, me acerqué a tus labios mientras me hablabas y te besé. Aquella fue sólo la primera vez, y por supuesto que me sentí tremendamente culpable nada más hacerlo, pero también se calmó una parte de mi alma, la parte que notaba cómo tus labios me llamaban casi cada vez que clavabas tus ojos en los míos. Podía ver tu rostro encendido, tu corazón dividido, tu cuerpo pidiéndome guerra, no creo que puedas nunca decirme que no.
Después de aquel beso pude comprobar que más se lo había robado a él, mi amigo ya desde antes de conocerte, que a ti... por tu sonrisa, por el calor que desprendieron tus labios, por el gesto que demostraba que te había sabido a poco.
A mí también me supo a poco, y fue como una pequeña semilla de la que germinaron muchas noches llenas de sueños inquietantes y otros tantos días repletos de minutos pensando en ti, esperando verte, buscando otro momento, otros 2 segundos de pasión, para ir cosiéndolos a los anteriores y a los que habrían de llegar, y confeccionar así, trocito a trocito, nuestra propia y ardiente escena de amor. Todo, por supuesto, con la aguja y el hilo de tus ojos juguetones que siempre se quedaban pidiéndome más.
Y yo quería a mi amigo. Supongo que será fácil para cualquiera poner esto en duda, pero no para mí. De la misma forma que tampoco dudo que tú lo quisieras también. Los tres hubiéramos maldecido mil veces el momento en que alguien impuso unas reglas absurdas que nos obligaban a jugar un juego peligroso, unas reglas que ponían al borde del abismo cosas tan preciosas y tan sagradas como un amor, una pasión, una amistad, nuestra libertad, nuestra vida juntos.
Sigo viendo tus labios, y sigues sonriendo cuando me ves hacerlo. Sigo queriendo a mi amigo, y él sigue mirando hacia otro lado de vez en cuando, al menos durante 2 segundos.
Tú sigue besándome siempre que puedas... y date prisa, que ya son las cuatro y diez.
Después de aquel beso pude comprobar que más se lo había robado a él, mi amigo ya desde antes de conocerte, que a ti... por tu sonrisa, por el calor que desprendieron tus labios, por el gesto que demostraba que te había sabido a poco.
A mí también me supo a poco, y fue como una pequeña semilla de la que germinaron muchas noches llenas de sueños inquietantes y otros tantos días repletos de minutos pensando en ti, esperando verte, buscando otro momento, otros 2 segundos de pasión, para ir cosiéndolos a los anteriores y a los que habrían de llegar, y confeccionar así, trocito a trocito, nuestra propia y ardiente escena de amor. Todo, por supuesto, con la aguja y el hilo de tus ojos juguetones que siempre se quedaban pidiéndome más.
Y yo quería a mi amigo. Supongo que será fácil para cualquiera poner esto en duda, pero no para mí. De la misma forma que tampoco dudo que tú lo quisieras también. Los tres hubiéramos maldecido mil veces el momento en que alguien impuso unas reglas absurdas que nos obligaban a jugar un juego peligroso, unas reglas que ponían al borde del abismo cosas tan preciosas y tan sagradas como un amor, una pasión, una amistad, nuestra libertad, nuestra vida juntos.
Sigo viendo tus labios, y sigues sonriendo cuando me ves hacerlo. Sigo queriendo a mi amigo, y él sigue mirando hacia otro lado de vez en cuando, al menos durante 2 segundos.
Tú sigue besándome siempre que puedas... y date prisa, que ya son las cuatro y diez.
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