Tú y yo

Ayer encontré una foto tuya en el fondo de un cajón. No salía tu cara, pero habría reconocido ese torso desnudo entre diez mil, y, de repente y como a traición, me llegó tu olor.
Era invierno, y tú y yo jugábamos a hacernos los inocentes, mintiéndonos una y otra vez a nosotros mismos y creyéndonos siempre a pies juntillas nuestras propias mentiras. Fue sin querer. No sabíamos. No nos dimos ni cuenta. Cómo íbamos a imaginar… Y enseguida estábamos irremisiblemente juntos, y ya ni siquiera luchábamos contra ello, como quien alguna vez lo ha intentado infructuosamente y desiste por cansancio.
Pero yo no recuerdo luchar, al menos no contra ti, al menos no fuera de los combates cuerpo a cuerpo sin reglas ni posibilidad de rendición que se extendían durante horas en un cuarto en penumbra.
Yo recuerdo que me mirabas muchas veces a los ojos y te hundías en ellos, y cuando conseguías sacar la cabeza para respirar me decías conmovido que me querías, y jamás me reprochaste que yo no contestase, y entonces, todas las veces, cada vez, mi corazón se volvía un poco más blandito, y yo pensaba que mi cabeza reposaba medio dormida sobre el pecho cálido de un extraterrestre, porque en este mundo definitivamente no había nadie así.
Y recuerdo los desayunos pausados, las comidas a toda prisa, los viajes como pequeñas huidas con triste retorno, las ausencias, el miedo, la soledad, tu compañía, los ahora, y siempre sólo tú y yo. Y lo demás importa poco. Muy poco. Lo justo.
Me quedé mirando aquella imagen en blanco y negro, esas manos generosas, ese cuerpo más mío que tuyo al final, y no pude evitar decir en un susurro:
- ¿Te he dicho ya que te quiero?... ¿No?... Lo haré.

Comentarios

Entradas populares