Jesús

Tenía unas manos grandes y fuertes, con la piel morena y curtida, un poco arrugadas por el paso del tiempo pero con ese matiz que diferencia la solera de la vejez. Tenía unas manos bellas, que eran martillo si hacía falta y a la vez suave pluma siempre sobre su piel. Unas manos bailarinas, juguetonas, temblorosas, precisas, presumidas, protectoras, torpes. Tenía unas manos como dos regalos para ella, como la humilde ofrenda que cada día depositaba al pie de su altar, como el detalle de bienvenida que ella encontraba cada noche sobre su almohada. Tenía unas manos generosas que no le importaba ofrecer, porque sabía que, a cambio, llevaba cada día los labios tiernos de ella grabados sobre su piel.

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