Socorro
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... Y ahora ha llegado un punto en el que el mundo parece desaparecer a mi alrededor.
El aire se vuelve denso, estático, recargado como si jamás se hubiese abierto una ventana al mundo exterior. Cae la oscuridad como un saco pesado de cemento y las personas huyen de mi lado dejándome sólo un recuerdo agridulce, la presencia de lo ausente.
Me siento sola, vacía, triste. Me abrazo a mí misma como si de ese modo pudiera quitarme el frío que me sale de dentro. Siento cómo los fantasmas vienen a sentarse a mi lado, mirándome con ojos traviesos y sonrisas socarronas, indicándome que no piensan dejar que les entierre en algún lugar escondido de mi memoria. Les veo moverse a mi alrededor y me susurran frases que se me clavan en el alma provocándome ese dolor punzante justo detrás del ombligo.
Intento acomodarme en ese cementerio extraño en que se ha convertido el mundo, sembrado de cuerpos que yacen sonrientes y confiados mientras esperan otra nueva resurrección, y deseo con todas mis fuerzas morirme un rato yo también, pero el ruido incesante de todo lo malo que encuentro en mi cabeza no me deja pensar en nada más.
Esta forzosa consciencia me obliga a presenciar cómo mi pasado también se vuelve negro y vacío, mi presente terriblemente doloroso, y mi futuro desaparece ante mis ojos cansados como el humo que se aleja de la chimenea.
Camino, me siento, suspiro, me encojo, hablo sola, lloro, vuelvo a caminar, miro a mi alrededor, busco, no encuentro, vuelvo a llorar.
Y sólo acaba de empezar.
La noche.
Otra noche.
... Y ahora ha llegado un punto en el que el mundo parece desaparecer a mi alrededor.
El aire se vuelve denso, estático, recargado como si jamás se hubiese abierto una ventana al mundo exterior. Cae la oscuridad como un saco pesado de cemento y las personas huyen de mi lado dejándome sólo un recuerdo agridulce, la presencia de lo ausente.
Me siento sola, vacía, triste. Me abrazo a mí misma como si de ese modo pudiera quitarme el frío que me sale de dentro. Siento cómo los fantasmas vienen a sentarse a mi lado, mirándome con ojos traviesos y sonrisas socarronas, indicándome que no piensan dejar que les entierre en algún lugar escondido de mi memoria. Les veo moverse a mi alrededor y me susurran frases que se me clavan en el alma provocándome ese dolor punzante justo detrás del ombligo.
Intento acomodarme en ese cementerio extraño en que se ha convertido el mundo, sembrado de cuerpos que yacen sonrientes y confiados mientras esperan otra nueva resurrección, y deseo con todas mis fuerzas morirme un rato yo también, pero el ruido incesante de todo lo malo que encuentro en mi cabeza no me deja pensar en nada más.
Esta forzosa consciencia me obliga a presenciar cómo mi pasado también se vuelve negro y vacío, mi presente terriblemente doloroso, y mi futuro desaparece ante mis ojos cansados como el humo que se aleja de la chimenea.
Camino, me siento, suspiro, me encojo, hablo sola, lloro, vuelvo a caminar, miro a mi alrededor, busco, no encuentro, vuelvo a llorar.
Y sólo acaba de empezar.
La noche.
Otra noche.
Comentarios
Es hermosa tu tristeza.
Quien supiera reir como llora Chavelas...
Las pequeñas muertes son necesarias. Me ha interesado mucho tu texto. Me deja pensando.
Un abrazo diurno.
Saludos