Laura
.
Por fin oye la respiración profunda del niño en la habitación de al lado. Ya se ha quedado dormido, ya llegó el descanso para ella también.
Laura entra en la cocina arrastrando las zapatillas sobre el azulejado gris. Con el ceño aún fruncido y unas repentinas ganas de llorar que le resqueman de pronto los ojos, se dispone a prepararse una cena frugal y anodina, hecha sin rastro alguno de apetito.
Tras llenar el vaso de leche se dirige al cajón de los medicamentos. Ha decidido que tomará una de esas pastillas para dormir que un día le recetó el médico, cuando tuvo que someterse a aquella pequeña operación que le tuvo varios días con molestias que le impedían conciliar el sueño. Hoy le vendrá muy bien una ayuda para poder hacerlo. Como una especie de refuerzos para ahuyentar los terribles fantasmas que se le aparecen siempre cuando llega la noche y todos los demás duermen plácidamente.
Y entonces se le ocurre. La idea aparece como un flash, como un relámpago mágico, como una iluminación en su mente. La forma de hallar el reposo, conseguir por fin la tranquilidad, descansar, no volver a pensar, no sentir más.
Con mirada fija en la caja de pastillas que descansa aún en su mano, piensa lo fácil que sería. El plan perfecto. Una cena rápida, un postre a base de tranquilizantes, y a la cama, cómodamente, a ver cualquier programa sin interés en la tele pequeña de la habitación. Sin teatros, sin ruidos, sin aparatosas puestas en escena que despiertan la alarma en los demás.
Después, cuando él volviese de trabajar se la encontraría dormida, plácidamente, iluminada por la extraña luz de la televisión, y le quitaría las gafas y el mando a distancia y no querría despertarla para decirle buenas noches, así que se acurrucaría él en su lado de la cama hasta el día siguiente...
El plan perfecto.
Tan fácil.
Tan tentadoramente fácil...
Por fin oye la respiración profunda del niño en la habitación de al lado. Ya se ha quedado dormido, ya llegó el descanso para ella también.
Laura entra en la cocina arrastrando las zapatillas sobre el azulejado gris. Con el ceño aún fruncido y unas repentinas ganas de llorar que le resqueman de pronto los ojos, se dispone a prepararse una cena frugal y anodina, hecha sin rastro alguno de apetito.
Tras llenar el vaso de leche se dirige al cajón de los medicamentos. Ha decidido que tomará una de esas pastillas para dormir que un día le recetó el médico, cuando tuvo que someterse a aquella pequeña operación que le tuvo varios días con molestias que le impedían conciliar el sueño. Hoy le vendrá muy bien una ayuda para poder hacerlo. Como una especie de refuerzos para ahuyentar los terribles fantasmas que se le aparecen siempre cuando llega la noche y todos los demás duermen plácidamente.
Y entonces se le ocurre. La idea aparece como un flash, como un relámpago mágico, como una iluminación en su mente. La forma de hallar el reposo, conseguir por fin la tranquilidad, descansar, no volver a pensar, no sentir más.
Con mirada fija en la caja de pastillas que descansa aún en su mano, piensa lo fácil que sería. El plan perfecto. Una cena rápida, un postre a base de tranquilizantes, y a la cama, cómodamente, a ver cualquier programa sin interés en la tele pequeña de la habitación. Sin teatros, sin ruidos, sin aparatosas puestas en escena que despiertan la alarma en los demás.
Después, cuando él volviese de trabajar se la encontraría dormida, plácidamente, iluminada por la extraña luz de la televisión, y le quitaría las gafas y el mando a distancia y no querría despertarla para decirle buenas noches, así que se acurrucaría él en su lado de la cama hasta el día siguiente...
El plan perfecto.
Tan fácil.
Tan tentadoramente fácil...
Comentarios
Pero soy contrario al suicida por arrebato.
No a otros tipos.
Veo este plan perfecto como una "venganza". Pero la vengadora se lleva la peor parte.
Buen relato. Mal plan.
Creo que es la única forma de que uno realmente haga algo definitivo en contra de nuestro terco instinto de supervivencia.
Sólo conocí una vez a una persona que decía estar convencida de querer quitarse la vida, haberlo pensado de una forma pausada y reflexiva, y estar preparando el terreno para cuando llegase el día.
... incluso esa persona, en cierta forma, pedía ayuda.
Al final, si uno es capaz de pensarlo dos veces, creo que nadie quiere morir.
Un saludo.