Leire

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Me había propuesto no volver a fumar más.
Estuve pensando en ello, y la razón y yo acabamos de acuerdo en que no es bueno para nadie que lo siga haciendo, que, aunque me guste, hago más daño que otra cosa con mi empeño de cada vez que doy la vuelta a la esquina y ya estoy pensando en encender otro cigarro, que no debo, que no es bueno, que hago mal.
Estaba decidido, lo haría también por ti, por los dos. No sería más egoísta, me volvería adulta y racional, sería fuerte y decidida. El embrujo del humo flotando frente a mí no me vencería ya más, podría con ello, yo ganaría esta vez la partida, no volvería a fumar más.

Me lo había propuesto firmemente, y me fui a casa. Iba con la cabeza alta, con la mirada firme, con el paso decidido, contenta con mi decisión, asombrada por mi entereza, descubriendo una nueva mujer bajo la antigua capa de dudas y miedos que estaba segura te gustaría mucho más.

Me iba a casa, sonriendo bajo mis gafas de sol, y al torcer la esquina mis pasos se detuvieron. Te juro que por mi mente no pasaba nada, un inmenso vacío quizás, mientras metía la mano en el bolso y, con un gesto maquinal, sacaba un cigarrillo que se volvía incandescente en mis labios al coincidir con la llama de mi mechero.
Aspiré el humo de la primera calada, y la sonrisa ya había desaparecido de mi rostro.
Debí haberme dado cuenta antes: aquí no manda la cabeza. Lo necesito.

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