Álvaro

Ayer se me estropeó el camión. No el verde pequeñito que tiene el remolque y que, mamá no se explica porqué, venía con una pequeña granjerita cargada de huevos al volante. No, tenía que ser el grande, el de la pala, el que tiene luces y un montón de botones para que suenen otro montón de sonidos, incluido, mamá no se explica porqué, el timbre de un teléfono antiguo.

Y no es que no me haya molestado, la verdad es que me dio mucha rabia, sobre todo porque estaba a punto de terminar de transportar todos los ladrillos verdes de un lado a otro del salón, pasando por los dos sofás y por la mesa de centro, que es lo realmente divertido.
Lo que realmente me fastidió fue que papá se empeñase en que no se podía arreglar, que el retrovisor se había roto y que es de tal forma que no se puede pegar ni con el pegamento que usábamos en la guarde para pegar en las fichas los trozos de papel arrugados.

No entiendo el motivo de su actitud, pero traté de explicarle que yo ya sé cómo funcionan estas cosas, que no soy tonto y me fijo en las cosas, y por eso sé de sobra que cuando un coche o un camión se estropea lo que hay que hacer es cambiarle la pila. Sé dónde está el destornillador, y dónde se guardan las pilas que funcionan, pero por mucho que ayer se lo explicaba él no era capaz de entenderme.

Papá se empeñaba una y otra vez en poner cara de inocente, con los ojos muy abiertos y redondos, y esa voz entre paternalista y extrañamente cariñosa que tan nervioso me pone cuando estoy tratando de razonar con él.
-Nooooooooo, miiiiiiiiiiiira, que esto esta roto ¿ves? se cae, y papá no lo puede poner...

Como si yo hubiera nacido ayer. Que ya llevo casi tres años en este mundo, y ya no me sirven las vocecitas ñoñas que me calmaban cuando era un bebé.

Traté de explicarle una vez más lo que tenía que hacer, pero yo creo que algo le pasaba ayer que no era capaz de entrar en razón. Igual había tenido un día malo en el trabajo, y estaba muy cansado, y, claro, ya sabes cómo acaban el día a veces, que parece que no llega la hora de que le metan a uno en la cama y descansar por fin de tanto jaleo.

La cuestión es que no hubo forma humana de razonar con él, de hacerle entender que el camión no puede circular por el salón con un retrovisor colgando, dónde se ha visto eso, y que lo único que tenía que hacer era seguir el procedimiento habitual de cambiar la pila. Tan fácil como eso, y el problema quedaría solucionado.

Pero nada, lo tuve que dejar por imposible.
Y es que a veces con los mayores no hay quien se entienda.

Comentarios

Freia ha dicho que…
¡Jajajaja! Leg. ¡Qué delicia de texto!

Un abrazo

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