Arturo

Ayer hizo un año que Pedro murió. Sabía que iba a ser un día duro, pero pensé que podría mantener un poco más el tipo y pasar la prueba de forma más o menos airosa. Pero no. Llegó el temido día y lo pasé entero llorando. Ni siquiera pude salir de casa. Me quedé encerrado en mi habitación por el pudor tremendo que me da que los demás me vean llorar... incluso, simplemente, que sepan que estoy llorando ya me genera cierta sensación desagradable, de debilidad, y luego me resulta súmamente complicado afrontar el momento de volver a presentarme ante ellos, con los ojos hinchados y la mirada huidiza, como si hubiera estado haciendo algo vergonzoso que no puedo disimular.

Y se vuelve peor aún porque sé que no me comprenden. No entienden porqué me duele tanto, porqué a estas alturas sigo arrastrándome por la vida como un alma en pena, porqué no he vuelto a conducir, porqué se me inundan de pronto los ojos cada vez que algo me recuerda aquel terrible momento que tengo grabado a fuego en mi memoria, y que no se ha borrado ni siquiera lo más mínimo en el transcurso de estos 365 días.

Sólo mi mujer permanece a mi lado, sólo ella dice comprenderme, con eterna paciencia, y se presta a todo, incluso a llorar conmigo cuando ve que lo necesito.

Pero, a pesar de su impagable presencia, me siento solo. Solo y rechazado.
Quienes no me entienden me miran con extrañeza e impaciencia, esperando que se me pase de una vez esta tristeza y, simplemente, continúe mi vida siendo el que era antes. "Olvídalo ya", me dicen. Como si fuera tan fácil.
En el fondo, ojalá fuera esta incomprensión la peor de las actitudes que tuviese que sufrir de la gente que me rodea... ojalá. Ojalá no tuviese que ver nunca más la mirada dura, fría, acusadora, de quienes opinan que no tengo derecho a recibir consuelo, que todo mi sufrimiento es poco, que lo justo sería que el muerto hubiese sido yo, y que, porque no lo fuí, tengo que pagar cada minuto, cada segundo de lo que me quede de vida.

Es terrible caminar por la calle sintiendo el terrible peso de la culpa que todos vierten sobre mí cuando me ven. Es terrible soñar todas las noches que Pedro vive, que no ha sucedido nada, que aquel momento no existió, y despertar llorando angustiado porque no es posible dar marcha atrás al tiempo y cambiar las cosas que han pasado, los errores, los accidentes, sólo un segundo...

Es terrible pensar en Pedro día y noche. Recordar a su madre, la mirada de su mujer en el entierro, las caras de sus hijos llorando sin comprender. Es terrible saber que yo lo hice. Sentirse culpable, asesino... lo mismo que piensan todos de mi.

Nunca he vuelto a decir que lo siento. Me suenan demasiado pobres esas palabras. Ridículas si las comparo con lo que me duele el alma cada día.
Ni siquiera conocí a ese hombre, y daría mi vida ahora mismo por cambiar lo que pasó aquella tarde, por ponerme en su lugar y que ahora fuera mi familia la que llorase mi ausencia, por haber pensado, sólo un segundo, que quizá era cierto y no debía coger el coche, que era de noche y llovía demasiado, que cualquier peatón que corriese con la mirada fija en el suelo para llegar pronto al abrigo de su portal sería un obstáculo difícil de esquivar, que una vida vale más que nada en este mundo.

Y, por supuesto, jamás he vuelto a beber.

Comentarios

Gemma ha dicho que…
Todo lo que bebió lo está ahora llorando, el pobre.

Y sin embargo, cuánta razón tiene: su pesar, su penar, no pueden ya resucitar al pobre Pedro.

Me ha gustado mucho tu relato.
Scout Finch ha dicho que…
Pues a mí se me han puesto los pelos de punta. Me asombra tu facilidad para ponerte en el lugar de los demás y lograr que nosotros también lo hagamos.

En el fondo esto que cuentas es la pesadilla de todo el mundo. Que una mala decisión de un día nos atormente el resto de nuestras vidas. Sobre todo si esa decisión causa la pérdida de una vida y el sufrimiento de muchas personas.

Un beso.

Entradas populares