José


En mi mundo siempre es martes. Algún día indeterminado de diciembre, pero martes. De 1985. De cuando aún eras un hombre libre y yo llevaba casi siempre el pelo recogido en una coleta despeinada en lo alto de la cabeza. De cuando me mirabas y me recorría una carrera de hormigas rojas por todo el espinazo, hacia arriba, hasta hacer enrojecer mis orejas como luces de un bar de carretera. De cuando pensaba en ti a todas horas, y me quedaba absorta en cualquier sitio y suspiraba ruidosamente sin querer. De cuando un lunes cualquiera me llegó una nota tuya que decía que me esperarías en el bar donde trabajabas, y yo fui de madrugada, cuando todo el mundo se había marchado, y caí en la cuenta de que ya era martes. Y me abriste la persiana, y la cerraste otra vez detrás de mí, y me besaste, me besaste mucho, muy fuerte, muy rápido, como si quisieras decirme algo pero no supieras cómo.
Y me llevaste al almacén, y sobre el arcón de los hielos me explicaste eso que antes no te salía decir, y yo lo entendí, y te respondí con un grito desgarrador que salía de algún sitio que aún no conocía entre mi ombligo y mis ganas de arrancarte la piel a besos. Y, riéndome, luego, me incliné sobre tu oído, te mordí flojito el lóbulo de la oreja, y te dije muy, muy bajito: "¿Sabes? Me gustan los martes".

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