Juan


Él había aparecido en su puerta como la viva estampa de sus mejores sueños, con una sonrisa en los labios, una flor en la mano, el pelo alborotado y los calcetines desparejados.
Ella al verlo sintió que su corazón se licuaba, y que las mariposas esas de las que todos hablan siempre enloquecían de pronto en su estómago, y una sonrisa estúpida se dibujó en su rostro.
Era su segunda cita, qué demonios.
- Pasa. ¿Quieres quedarte a desayunar? - le dijo.
- Pero si son las 3 de la tarde... - se extrañó él.
- Por eso.

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