Belén y Carlos

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Belén se aparta la melena lacia con un gesto maquinal y distraído. Coge con una mano la bolsa de plástico que le tiende la dependienta, mientras con la otra recoge apresuradamente su dinero y su cartera de encima del mostrador. Tiene que darse prisa si quiere llegar a tiempo para coger el tren de las 5, pues acaba de decidir que aceptará la invitación de su hermana de huir por fin de esa ciudad, de dejar atrás todo ese pasado que la estaba marchitando día tras día ante su propia mirada asustada e impasible. Se irá de pronto, sin pensar, sin volver la vista atrás.
Sólo se permite un momento para comprar en la librería de la esquina un bonito cuaderno con las hojas en blanco que piensa empezar a llenar desde hoy mismo como una metáfora de la vida que va a comenzar a construir. La primera hoja la dejará aquí, pegada con un imán a la nevera de su pasado. Es el fin del prólogo. Punto y aparte. Comienza la obra.

Carlos estira el brazo para empujar la puerta de la librería que está junto al portal de la casa que acaba de alquilar. Viene sonriente a pesar del mal trago que ha vivido porque sabe que un nuevo camino se extiende ante sus ojos, y sabe que lo aprovechará de verdad. Esta vez sí. Ya no valdrá nada de aquella amargura de antes, no dejará que nadie decida por él, no se dejará llevar, decidirá por sí mismo, ... y será feliz. Está convencido de ello.
Para comenzar en su nuevo hogar, un nuevo libro en la mesita, algo que hable de esperanza, de vida, de optimismo y de pasión, como una especie de sortilegio que presagie los días que le esperan detrás de este nuevo recodo, tras este giro inesperado. Esto sí que es un cambio de sentido -piensa sin poder reprimir la misma sonrisa que exhibe en su cara desde ayer.

Belén se gira bruscamente hacia la entrada de la librería desde el interior.
Carlos empuja levemente la puerta desde fuera.
...
Sería difícil explicar qué ha pasado. Una moneda que se cae al suelo, Belén que se agacha para recogerla, un niño que se cuela por debajo del brazo de Carlos, desviando su mirada hacia el otro lado, ella que se levanta maldiciendo y sale de la tienda casi a la carrera, él que entra mirando al niño que corretea entre los montones de libros sin haberse percatado siquiera de su presencia... y un segundo que se aleja por los abismos del tiempo maldiciendo no haber sido testigo de una mirada, sólo una mirada, que quizá hubiera cambiado el signo de todo el futuro que aguardaba desde siempre en la puerta de aquella librería.

Comentarios

NáN ha dicho que…
Cierto. La vida está hecha de azares, millones de millones de posibilidades. Hay quien le llama destino, quien dice que estaba escrito. Creo que todo es consecuencia de un azar. Puedes levantar la mirada y ver; o puedes no mirar y dejar pasar.

Como autora, has decidido llevar dos personajes al borde de la soledad y cruzarlos... para nada.

Y está muy bien escrito y describe algo que pasa. Lo que sucede es que tiramos hacia atrás, juntamos peras con manzanas y hablamos del destino. Siempre es sorprendente la historia de cómo dos personas se conocieron.

Te voy a contar mi historia preferida.

Un viajante de comercio recorría su zona de Estados Unidos en coche. Era la época en la que se vendía puerta a puerta. Estaba cansado y paró a fumar un cigarrillo y estirar la piernas. Vio un tronco y se sentó en él. Un gusano llevaba tiempo recorriendo el tronco y acertó a estar donde se sentó. Como solo tenía otros pantalones, paró en el siguiente pueblo, en el que nunca se detenía, para que se los limpiaran. Le gustó la joven de la tintorería y empezó a parar en ese pueblo.

Para abreviar: se enamoraron, se casaron y el señor Nixon puso de nombre Richard a su primer hijo, que sería Presidente de Estados Unidos.

Por el lento arrastrarse de un gusano.

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