Angustias

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Aunque ya hacía unos segundos que había dejado de moverse, seguí apretando con la misma fuerza, presa ya de una especie de locura que se había desatado en la lucha encarnizada que acabábamos de mantener. Me vi los brazos, teñidos de rojo por una sangre que no estaba segura de dónde provenía. Seguían tensos alrededor de su cuello, con un mapa de venas hinchadas surcando todo el antebrazo, como si no acabasen de creer (ellos tampoco) que, por fin, eran los vencedores de la cruel batalla.
Cuando conseguí soltarlo, me dejé caer a su lado, sentada como pude, con el corazón galopando desaforado en el pecho y martilleándome las sienes, con el pelo sudado pegado a la nuca, tratando de contener una respiración que sonaba tan fuerte que parecía de otro.
Pero no podía ser de otro, allí sólo estaba yo. Había conseguido matarle. El Sr. Impulso al fin había muerto.

Sólo había comenzado a esbozar una leve sonrisa de triunfo mientras me frotaba la sangre de las manos, cuando oí un extraño ruido en la otra habitación. Levanté la cabeza al instante con el horror pintado en el rostro aún desencajado por el cansancio de la pelea. No podía ser.... pero lo era. El llanto de un niño. Inconfundible. Otro Impulso acababa de nacer. Dios, aquello no terminaría nunca....

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