Pedro
Se paró justo delante de la papelera metálica que está clavada al suelo unos metros más allá de su portal, en la misma acera donde la vió a ella por primera vez.
Por un momento dudó, con la mirada fija en aquella boca redonda y sucia, pensando que quizá en ese mismo lugar alguna vez había estado su cuerpo, su alma, su risa, su aliento... y trató por un segundo de que alguna magia de esas que funcionan en las películas le trajera de pronto su presencia que ya no volvería. Pero no sucedió.
Con un gesto decidido y el corazón gris y lluvioso como el día que había amanecido esa mañana, levantó la bolsa de plástico y comenzó a vaciar, lenta y ceremoniosamente, su contenido en la silenciosa boca de la papelera.
Cada pequeño álbum contenía un montón de recuerdos, imágenes de personas que tenían su mismo rostro, pero que no eran las mismas porque reían felices, porque se tocaban el uno al otro, porque no le temían a nada.
Cuando terminó de vaciar la bolsa la tiró también a la papelera, y se volvió caminando despacio, muy despacio, de nuevo hacia su casa, con la suela de las zapatillas mojada y las manos en los bolsos de su chaqueta de lana.
Al llegar al ascensor, las lágrimas ya rodaban por sus mejillas.
Por un momento dudó, con la mirada fija en aquella boca redonda y sucia, pensando que quizá en ese mismo lugar alguna vez había estado su cuerpo, su alma, su risa, su aliento... y trató por un segundo de que alguna magia de esas que funcionan en las películas le trajera de pronto su presencia que ya no volvería. Pero no sucedió.
Con un gesto decidido y el corazón gris y lluvioso como el día que había amanecido esa mañana, levantó la bolsa de plástico y comenzó a vaciar, lenta y ceremoniosamente, su contenido en la silenciosa boca de la papelera.
Cada pequeño álbum contenía un montón de recuerdos, imágenes de personas que tenían su mismo rostro, pero que no eran las mismas porque reían felices, porque se tocaban el uno al otro, porque no le temían a nada.
Cuando terminó de vaciar la bolsa la tiró también a la papelera, y se volvió caminando despacio, muy despacio, de nuevo hacia su casa, con la suela de las zapatillas mojada y las manos en los bolsos de su chaqueta de lana.
Al llegar al ascensor, las lágrimas ya rodaban por sus mejillas.
Comentarios
No sé porqué lo hacía, pero parecía muy triste. Imaginé que no estaba comenzando nada nuevo (eso conlleva un mínimo de ilusión), sino deshaciéndose de algo que le duele demasiado.
Pero solo lo imaginé.
A mi se me ha pasado por la cabeza alguna vez eliminar todas las fotos que tengo en casa, consciente como soy que no habrá ya nadie después de mi.
La entrada es triste. Evoca un fin según yo lo veo.
¿Cómo sería antes, cuando no había cámaras? Supongo que la gente atesoraría pequeñas cosas que le ayudasen a recordar o que le mantuviesen unido a ciertos recuerdos.
Qué triste.
Yo también creo que es un final. He repasado el texto y en ningún momento describe a un anciano, pero yo también he pensado en uno. Todo el mundo puede, en un momento dado, caminar despacio y bajar en zapatillas a la calle, pero no creo haber sido la única que ha pensado en un viejo. La verdad es que si no fuera por el título, ni siquiera sabríamos si se habla de un hombre o una mujer: no hay adjetivos que lo definan.
Es triste. No sabría decirte por qué, pero no suena a romper con todo y emprender otra vida. Suena a final.
Un consuelo tiene: incluso en su soledad, sigue queriendo mantener el control de su propia vida.