No crezcas
Recuerdo que cuando eras niña bajabas corriendo la cuesta
junto a la iglesia para buscarme e ir juntos a jugar. Salías de casa con tu
vestido de flores y volantes y tus coletas tirantes, y llegabas con los
calcetines caídos y las mejillas sonrosadas, respirando atropellada y riendo de
no sé qué, y me cogías de la mano casi sin decir nada, y los dos echábamos a
correr por los prados de detrás de mi casa hasta la explanada, y nos subíamos a
los árboles y nos escondíamos en los arbustos a comer manzanas y planear
travesuras.
Recuerdo que me gustaba cómo olías, a fresco, a flores, a
ti. Recuerdo que te construí un columpio en el árbol más fuerte junto al río, y
que te encantaba pasar horas en él, mientras cantabas o me hablabas de nuestro
futuro. Ése era el mejor momento, yo te miraba embobado en tu balanceo, y tú
tenías los ojos brillantes, la sonrisa eterna y la melena rizosa ligeramente húmeda
por el sudor.
Igual que anoche en mi habitación. Igual que todas las
noches que aún vienes a verme y que acabamos riendo y respirando atropellados,
y que sigo viendo tu cara sonrosada, tus ojos brillantes y tu melena sudada
mientras miro embobado tu balanceo. Y todo me huele a fresco y a flores. A ti.
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