Elena y Rafa
Elena y Rafa permanecen callados mientras todo el grupo se saluda y charla animadamente. Se les nota incómodos, y se puede ver que ambos hacen verdaderos esfuerzos por no mirarse el uno al otro a la cara.
En realidad siempre fue así. Nunca nadie supo cómo había sucedido ni porqué, pero desde el mismo instante en que se conocieron los dos reaccionaron como dos imanes del mismo polo, rechazándose con la misma vehemencia e inevitabilidad que si estuvieran actuando guiados por los imperativos de una ley física.
Al principio intentaron sobreponerse a ello e hicieron un esfuerzo por hablar y llevarse bien. Pero fue peor. Sus frases se volvían agrias en seguida y sus miradas se nublaban con la sombra de la antipatía más profunda, hasta que al final cejaron en su empeño y no hicieron más que rendirse a la evidencia.
Era tan sincero su rechazo que los dos, cada uno por su parte, habían tratado en numerosas ocasiones de evitar esas situaciones en que sabían que el otro estaría allí. Pero no siempre podían, puesto que al fin y al cabo sus amigos eran amigos entre sí, y ellos de ninguna manera querían llegar a interferir en la buena relación que existía entre todo el grupo.
Al final todos habían acabado por aceptar la situación, y era lo más frecuente y natural que se repitiese esa escena sin que nadie pareciese darle ninguna importancia: todos se saludaban cariñosamente mientras Elena y Rafa se mantenían lo más alejados posible, sin dirigirse la palabra, y sin tan siquiera mirarse por un solo momento.
En la discoteca era más fácil. Allí la música ocupaba los silencios, la escasez de luz los espacios, la marabunta de gente las distancias. Así podían compartir una velada con sus amigos estando plenamente relajados, como todos querían siempre verles.
Pero hoy sucede algo imprevisto, y, a pesar de sus esfuerzos por evitarse, Elena y Rafa se encuentran frente a frente en la antesala de los servicios, un lugar casi silencioso, vacío, e iluminado con una cálida y tenue luz anaranjada. Ella entraba con prisa mientras él salía con paso decidido, y así chocaron de bruces el uno con el otro, dándose cuenta ambos en el último instante antes del contacto, ese momento en que ya de ninguna forma se puede evitar.
Ella piensa, de pronto y por un segundo, que esa sería la solución a sus problemas. Piensa que sería capaz en un momento dado, en ESE momento dado, de dar la vuelta a su imán y dejar salir en forma de pasión toda la rabia absurda que siente por él. Le daría un beso tan fuerte y airado como un bofetón, él le respondería del mismo modo, y ambos se encontrarían de pronto luchando a brazo partido allí mismo, en el baño de la discoteca, vaciando todas sus ansias sin reservar ninguna para después y sin pensar ni por un momento en lo que estaban haciendo, con tanta violencia como fueran capaces. Ella dejaría su odio allí mismo, aplastado rítmicamente contra las baldosas de la pared durante ese cuerpo a cuerpo extraño que nadie más podría comprender nunca.
Y no es una fantasía, eso lo sabe seguro. Ni siquiera es algo que estuviese deseando hacer. Es, simplemente y como acaba de comprender, la solución a su odio absurdo e irracional.
Pero también es consciente en ese mismo momento, y con cierta tristeza, de que eso no sucederá nunca. Le mira a la cara, y ve que él no lo entendería igual, y sus ojos le dicen con claridad que se cree lo suficientemente caballero como para no pelearse con una mujer.
-¿qué pasa, que no miras por donde vas? ¿o es que querías tirarte en mis brazos y no sabías cómo? ¿eh, nena? - le dice él con sorna mientras se aparta de ella como si tuviese la peste.
-... pero mira que eres capullo.
En realidad siempre fue así. Nunca nadie supo cómo había sucedido ni porqué, pero desde el mismo instante en que se conocieron los dos reaccionaron como dos imanes del mismo polo, rechazándose con la misma vehemencia e inevitabilidad que si estuvieran actuando guiados por los imperativos de una ley física.
Al principio intentaron sobreponerse a ello e hicieron un esfuerzo por hablar y llevarse bien. Pero fue peor. Sus frases se volvían agrias en seguida y sus miradas se nublaban con la sombra de la antipatía más profunda, hasta que al final cejaron en su empeño y no hicieron más que rendirse a la evidencia.
Era tan sincero su rechazo que los dos, cada uno por su parte, habían tratado en numerosas ocasiones de evitar esas situaciones en que sabían que el otro estaría allí. Pero no siempre podían, puesto que al fin y al cabo sus amigos eran amigos entre sí, y ellos de ninguna manera querían llegar a interferir en la buena relación que existía entre todo el grupo.
Al final todos habían acabado por aceptar la situación, y era lo más frecuente y natural que se repitiese esa escena sin que nadie pareciese darle ninguna importancia: todos se saludaban cariñosamente mientras Elena y Rafa se mantenían lo más alejados posible, sin dirigirse la palabra, y sin tan siquiera mirarse por un solo momento.
En la discoteca era más fácil. Allí la música ocupaba los silencios, la escasez de luz los espacios, la marabunta de gente las distancias. Así podían compartir una velada con sus amigos estando plenamente relajados, como todos querían siempre verles.
Pero hoy sucede algo imprevisto, y, a pesar de sus esfuerzos por evitarse, Elena y Rafa se encuentran frente a frente en la antesala de los servicios, un lugar casi silencioso, vacío, e iluminado con una cálida y tenue luz anaranjada. Ella entraba con prisa mientras él salía con paso decidido, y así chocaron de bruces el uno con el otro, dándose cuenta ambos en el último instante antes del contacto, ese momento en que ya de ninguna forma se puede evitar.
Ella piensa, de pronto y por un segundo, que esa sería la solución a sus problemas. Piensa que sería capaz en un momento dado, en ESE momento dado, de dar la vuelta a su imán y dejar salir en forma de pasión toda la rabia absurda que siente por él. Le daría un beso tan fuerte y airado como un bofetón, él le respondería del mismo modo, y ambos se encontrarían de pronto luchando a brazo partido allí mismo, en el baño de la discoteca, vaciando todas sus ansias sin reservar ninguna para después y sin pensar ni por un momento en lo que estaban haciendo, con tanta violencia como fueran capaces. Ella dejaría su odio allí mismo, aplastado rítmicamente contra las baldosas de la pared durante ese cuerpo a cuerpo extraño que nadie más podría comprender nunca.
Y no es una fantasía, eso lo sabe seguro. Ni siquiera es algo que estuviese deseando hacer. Es, simplemente y como acaba de comprender, la solución a su odio absurdo e irracional.
Pero también es consciente en ese mismo momento, y con cierta tristeza, de que eso no sucederá nunca. Le mira a la cara, y ve que él no lo entendería igual, y sus ojos le dicen con claridad que se cree lo suficientemente caballero como para no pelearse con una mujer.
-¿qué pasa, que no miras por donde vas? ¿o es que querías tirarte en mis brazos y no sabías cómo? ¿eh, nena? - le dice él con sorna mientras se aparta de ella como si tuviese la peste.
-... pero mira que eres capullo.
Comentarios
Pues podría ser algo así, aunque este tipo de casos son muy complicados de entender, y siempre puede haber una vuelta de tuerca más.
¿Conociste a un hombre y una mujer que sintieran un rechazo así, por nada en concreto? ¿Sabes qué era en su caso?
He visto algo parecido, pero creo que no voy a hablar de ello. Lo que sí es cierto es que tratar mal a otro es un recurso psicológico bastante habitual de gente muy insegura, para esconder sentimientos hacia él/ella, de cariño, de culpa, no sé, hay diversos casos, que no se tiene valor para afrontar directamente.
Luego está el caso clásico de la pareja que siempre discute y al final se gustan, pero en estos casos discuten de un modo muy "light".
Ellos sienten ese rechazo el uno al otro, y creo que es sincero, que no esconde otro sentimiento detrás.
Lo que yo quise fue darles una solución a su problema... y, a lo mejor estoy loca, pero no me parece una solución tan descabellada...
Ni siquiera son "míos".
Les debo una disculpa.
¿No es posible que el rechazo irracional sea también sólo eso: bioquímica?
Si fuera así, la mala noticia sería que el problema no tendría solución. La buena, que aún quedan unos 6500 millones de personas en el planeta con quienes relacionarse.;)
Lo que no creo que sea cierto es lo de que no tiene solución.
Si el amor o la atracción que empiezan siendo pura química puede llegar un momento que cambia o se acaba... ¿porqué no puede ser igual con el extremo contrario?
Si lo equiparamos para una cosa, también para otra, o no sería justo.