Mariana
Llegados a ese punto del relato de su vida, la mujer hace una pausa, y se mira un momento las manos, concentrada en sus últimas palabras y en sabe dios qué recuerdos que provocan en ella.
Las arrugas recorren su cara formando profundos surcos, en ocasiones verdaderas simas, que son depósitos de los años pasados. Lleva el escaso cabello alborotado en un pobre intento de crear cierta sensación de volumen. Su piel se ha vuelto reseca y mate, y se ha poblado de pequeñas manchas que afean su rostro. Quizá una por cada pensamiento mezquino que ha ido atesorando durante toda su existencia.
Reconoce que algún día leyó "El retrato de Dorian Gray", pero hace un gesto cínico al afirmar que no se trata más que de un cuentín para niños. Tonterías, ella no cree que el mal que una persona lleve dentro pueda desfigurar a su vez su imagen. Quizá si lo creyera no alzaría su rostro con orgullo mientras su fealdad corrobora implacablemente lo terrible de sus palabras.
Impaciente, trato desesperadamente de encontrar algo bueno entre tanta suciedad. Realmente ha venido a desbaratar mis ideas sobre la bondad del ser humano, porque llevamos ya una hora y cuarto de conversación y aún no he encontrado en ella un sólo sentimiento hermoso, de los que ves de vez en cuando a tu alrededor y te hacen reconciliarte con la humanidad pese a sus fallos.
-Entonces, Mariana, me has dicho que ahora tu relación con tu marido es mucho mejor...
-Sí, sí. Después de mucha lucha, por que me costó dios y ayuda, no se crea, conseguí que mi marido me pusiera por fin en el testamento, así, aunque sus hijos estén ahí como aves de rapiña, no podrán evitar que, si algún día a él le pasa algo, parte de las cosas que él posee me queden a mí, que tampoco es plan de quedarme de pronto con una mano delante y otra detrás, porque yo he dado mucho, y ...
-Un momento, Mariana, creo que no me has entendido bien. Yo lo que quería saber era si actualmente habéis conseguido estar más felices juntos, en vuestra convivencia cotidiana.
-Síii. Ya le digo que me costó un sufrimiento que no se imagina, pero por fin lo conseguí, aunque a sus hijos les jorobe porque están deseando llevárselo todo, pero es legítimo que una parte sea mía, y por fin él cambió su testamento, ya me decía mi vecina Lali, que tiene una vida tristísima, no sabe usted lo que tengo yo sufrido por ella, porque ella lo lleva muy bien, nada le afecta, pero yo...
Es imposible. Cierro el capuchón del boli y lo dejo sobre la mesa, como rubricando así el abandono definitivo de mi infructuosa causa.
Al menos algo en ella es honesto: su aspecto no engaña en absoluto.
Las arrugas recorren su cara formando profundos surcos, en ocasiones verdaderas simas, que son depósitos de los años pasados. Lleva el escaso cabello alborotado en un pobre intento de crear cierta sensación de volumen. Su piel se ha vuelto reseca y mate, y se ha poblado de pequeñas manchas que afean su rostro. Quizá una por cada pensamiento mezquino que ha ido atesorando durante toda su existencia.
Reconoce que algún día leyó "El retrato de Dorian Gray", pero hace un gesto cínico al afirmar que no se trata más que de un cuentín para niños. Tonterías, ella no cree que el mal que una persona lleve dentro pueda desfigurar a su vez su imagen. Quizá si lo creyera no alzaría su rostro con orgullo mientras su fealdad corrobora implacablemente lo terrible de sus palabras.
Impaciente, trato desesperadamente de encontrar algo bueno entre tanta suciedad. Realmente ha venido a desbaratar mis ideas sobre la bondad del ser humano, porque llevamos ya una hora y cuarto de conversación y aún no he encontrado en ella un sólo sentimiento hermoso, de los que ves de vez en cuando a tu alrededor y te hacen reconciliarte con la humanidad pese a sus fallos.
-Entonces, Mariana, me has dicho que ahora tu relación con tu marido es mucho mejor...
-Sí, sí. Después de mucha lucha, por que me costó dios y ayuda, no se crea, conseguí que mi marido me pusiera por fin en el testamento, así, aunque sus hijos estén ahí como aves de rapiña, no podrán evitar que, si algún día a él le pasa algo, parte de las cosas que él posee me queden a mí, que tampoco es plan de quedarme de pronto con una mano delante y otra detrás, porque yo he dado mucho, y ...
-Un momento, Mariana, creo que no me has entendido bien. Yo lo que quería saber era si actualmente habéis conseguido estar más felices juntos, en vuestra convivencia cotidiana.
-Síii. Ya le digo que me costó un sufrimiento que no se imagina, pero por fin lo conseguí, aunque a sus hijos les jorobe porque están deseando llevárselo todo, pero es legítimo que una parte sea mía, y por fin él cambió su testamento, ya me decía mi vecina Lali, que tiene una vida tristísima, no sabe usted lo que tengo yo sufrido por ella, porque ella lo lleva muy bien, nada le afecta, pero yo...
Es imposible. Cierro el capuchón del boli y lo dejo sobre la mesa, como rubricando así el abandono definitivo de mi infructuosa causa.
Al menos algo en ella es honesto: su aspecto no engaña en absoluto.
Comentarios
Me ha gustado el relato, sobre todo como transmites (o a mí me llega) la sensación de agobio, de hastío, de la persona que entrevista a Mariana.
Y también porque a veces nuestra visión de la belleza de los demás depende mucho de la opinión que nos merezcan... ¿nunca habéis notado cómo alguien que apreciáis va "enguapeciendo" poco a poco a vuestros ojos?
Me queda el consuelo de que te ha gustado, lo cual quiere decir que no te has llegado a sentir molesta de verdad por haber utilizado esa comparación tan delicada.
;-)
(Efectivamente, Pati, lo has captado bien: la persona que entrevistaba a Mariana no salía de su asombro...)
Muy a menudo, efectivamente. Aunque quizá también sea una percepción relativa. Ultimamente, mas que sentir que va "enguapeciendo", estoy llegando a la conclusión de que cuando llegas a conocer a una persona, dejas de fijarte en sus cualidades físicas y sólo captas sus cualidades personales. O al menos pienso que a mí me sucede así. El sábado, sin ir más lejos, fuí de compras con una amiga, y se probó un par de prendas de la talla mayor que tenían en la tienda, y no le servían, le estaban pequeñas. Y yo, la verdad, me quedé un poco asombrada, porque creo que yo jamás la he catalogado como "gorda". Para mí es Me., sin más, y cuando estoy con ella veo a Me., no a una chica gordita con mucho pecho. Lo mismo me sucede con otra amiga, O., una auténtica belleza rubia, de ojos azules, y una elegancia innata que ya quisiera para mí. Pero yo tampoco la veo como una mujer guapa, sino como una muy buena amiga, inteligente, divertida. No sé si consigo explicarme...
Pero sí que es cierto que algunas personas que no cumplen con los rasgos que yo identificaría a priori como bellos o incluso atractivos, en cambio llegan a parecérmelo, y mucho, porque tienen una maravillosa sonrisa, o una mirada muy limpia, o me gusta su voz, o el movimiento de sus manos al hablar... Es tan relativa la belleza...
Pero ya digo, que a veces yo también caigo en tópicos...
No estoy segura de que la cara sea el espejo del alma, pero sí conozco gente que, no es que sea guapa o fea, sino que la personalidad le sale por los poros, no lo pueden evitar.
¿No habéis conocido a alguien que cuando está serio parece hosco o incluso feo pero que cuando sonríe le cambia tanto la expresión que parece otra persona totalmente distinta? Esas personas me fascinan.
Así, cuanto más inteligente, más atractiva me resulta y viceversa.
Creo, como Pati, que cuando conoces a alguien mejor, dejas de "verlo" para "apreciarlo".
Abrazos
Frilanser... ¿sí? No sé, yo tenía la teoría de que a todos nos afecta el físico de los demás, en cuanto a la primera impresión que nos da. Y eso se refiere a la belleza/fealdad, pero también a otros rasgos físicos que sugieren ciertas actitudes en las personas que los poseen: hay gente que a priori, sólo por su cara parece buena o mala, ingenua, con mucho carácter, seria, alocada, simpática, altiva, prepotente..... Muchas cosas.
Yo pensaba que nadie se escapaba al influjo de esa primera impresión. Aunque luego pueda cambiar nuestra opinión, claro está.