Serena
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Camina en silencio por la acera, perseguida sólo por el sonido terco de sus tacones. Lleva en una mano unas bolsas del súper, y en la otra juguetea distraídamente con un manojo de llaves que ha sacado hace un momento del bolso. Son las dos de la tarde, seguramente vuelve del trabajo y se dispone a comer en casa después de unas compras de última hora. Nada hace presagiar sus pensamientos, nada hay que insinúe su ánimo, ningún atisbo de su alma nos desvela el más leve sentimiento.
Y, de repente, sonríe.
Sucede de un modo sorprendente, sin avisar, sin que nadie lo espere. Como un milagro aparece una increíble sonrisa en su rostro, un gesto tan auténtico, tan de verdad, que podría iluminar sin esfuerzo toda la calle.
Son estupendas esas sonrisas que se nos escapan sin querer cuando estamos a solas.
Camina en silencio por la acera, perseguida sólo por el sonido terco de sus tacones. Lleva en una mano unas bolsas del súper, y en la otra juguetea distraídamente con un manojo de llaves que ha sacado hace un momento del bolso. Son las dos de la tarde, seguramente vuelve del trabajo y se dispone a comer en casa después de unas compras de última hora. Nada hace presagiar sus pensamientos, nada hay que insinúe su ánimo, ningún atisbo de su alma nos desvela el más leve sentimiento.
Y, de repente, sonríe.
Sucede de un modo sorprendente, sin avisar, sin que nadie lo espere. Como un milagro aparece una increíble sonrisa en su rostro, un gesto tan auténtico, tan de verdad, que podría iluminar sin esfuerzo toda la calle.
Son estupendas esas sonrisas que se nos escapan sin querer cuando estamos a solas.
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