Amador

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Con un gesto impaciente le doy una última vuelta a la llave y empujo la puerta. Entro decidida al salón, y, sin siquiera quitarme el abrigo ni el bolso, me dejo caer sobre el sofá mullido mientras me quito con un solo gesto los dos zapatos y dejo descansar los pies sobre la suave lana de la alfombra.
Permanezco así unos minutos, recuperando el aliento, la paz, parte de la energía perdida en el caos que reina en la calle, más allá de estas cuatro paredes. Respiro tranquila mientras me empapo del olor de mi casa, de la vista amable de todas mis cosas, del arrullo protector del silencio de mi hogar. Sonrío serena y complacida. Mi silencio. Mi hogar

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Fue así exactamente. El día que supe que te quería fue el día que pensé en ti y me sentí como en casa.

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